¿No me entiendes?

lunes, 17 de marzo de 2014

¡Barça, Barça!

20 años, toda su vida, llevaba Paul Nbiye viviendo en su aldea natal. Pobre, muy pobre, lo justo para sobrevivir como casi todos en su pueblo. Una cabaña en la que vivía con su madre y hermanos y unas cabras de las que obtenía, mediante trueques, lo justo para vivir. Su infancia no fue especial, parecida a la de los demás chicos de su pueblo, a la escuela de una de tantas ONG, aprender unas palabras de inglés y más que lo justo de francés porque con su idioma natal no pueden entenderse mucho más allá de unos kilómetros alrededor de su aldea. Aunque siempre fue de los más listos en su aldea y en la escuela, su baja condición social no le permitió continuar estudiando una vez acabada la primaria.

Como todos los de su pueblo, exceptuando al hijo del jefe al que enviaron a un colegio privado y más tarde a la universidad, de vuelta a su pueblo se ha pasado varios años cuidando las cabras del rebaño familiar. En su pueblo sólo hay cabras, y no muchas. Muchos de su edad emigran a las ciudades buscando trabajos para subsistir o se desplazan por temporadas a otras zonas a trabajar para las compañías madereras o mineras que se llevan la riqueza de su país a precio de saldo, pagando a los jefes corruptos que les gobiernan y condenan a esta forma de vida de subsistencia. O, en peores casos, se van como soldados o paramilitares mercenarios para cualquiera de las múltiples facciones que buscan hacerse con el control de los recursos naturales.

El caso es que un día de hace dos o tres años, llegaron unos tipos a su poblado que les ofrecieron, a él y a otros de su edad, un trabajo en Europa. En unos grandes almacenes dijeron, TOP MANTA o algo así. El no había oído hablar de ellos en su vida pero le dijeron que estaban expandidos por todos los países y que el trabajo estaba asegurado. Solo había un pero, el viaje costaba 2.500 dólares. Ellos se encargaban de todo: recogida del personal y transporte hasta la frontera con Europa. Una vez dentro, la organización se encargaría de la formación en ventas y del contrato de trabajo.

Europa. El conocía de Europa lo que ven en la televisión por satélite del jefe del poblado, que les deja ver los partidos de fútbol, pero la verdad es que pinta bien. Así que tras varios años de ahorro y la venta de su parte del rebaño familiar, con los 2.500 dólares en las manos se despidió de su madre y hermanos con pena en el corazón. Montó en una camioneta en la que vinieron a recogerle y salió de su pueblo, de su pequeño mundo conocido.

Tras recoger a otros dieciocho o veinte chicos en otras aldeas, la camioneta giró al norte y al cabo de varios días atravesaron un desierto. Los de la Organización no les trataron muy bien cuando se quejaron por el calor, la falta de agua y el frío nocturno que se pasaba en la trasera de la camioneta, sin toldo ni techo en el que resguardarse. De hecho, él intuyó que algo iba mal cuando a uno de los chicos, al más protestón, le bajaron y le dejaron en el desierto junto con otro que se había sentido mal durante la noche anterior. Ya no tenía solución. Les habían entregado su dinero, estaban a muchos kilómetros de sus casas y por no tener no tenían ni otra ropa que ponerse. Solo él y lo que llevaba puesto.

Al cabo de varios días llegaron a una especie de monte donde había una especie de campamento gigante con multitud de personas. Les dejaron allí y, según quedaron solos, unos policías uniformados y otros que no lo estaban y dijeron ser los “guardias del monte” les despojaron de las pocas cosas que les quedaban en los bolsillos. Uno de esos “guardias del monte” le reconoció por ser de su poblado. Tuvo suerte, piensa ahora. Le explicó que llevaba ocho meses allí y que ese sitio se llama Monte Gurugú. También le contó que entrar en Europa era muy difícil, que los guardias marroquíes les despojan de cuanto tienen, que los guardias españoles les lanzan pelotas de goma con escopetas y que han puesto concertinas. ¿Concertinas? ¿Nos reciben con música?, pensó.

Llevaba dos semanas en el monte ese, protegido por el “guardia” que era de su poblado, cuando le dijeron que iban a entrar en Europa nadando esa misma noche. El sabía nadar lo justo para tirarse y salir a la orilla en el charco que llamaban río en su pueblo pero aún así, convencido, se unió a los ciento cincuenta o doscientos decididos a darse el chapuzón esa noche. El amanecer fue un horror. Muchos heridos y entre dieciocho y veinte que no volvieron del intento. ¿Habrían pasado? El estaba dispuesto a volver a intentarlo las veces que fuesen necesarias. No tenía nada. O, mejor dicho, solo se tenía a si mismo.

La semana siguiente decidieron que iban a saltar las vallas. Ahora sabía que las concertinas no eran agrupaciones musicales y que producían cortes de consideración. Pero no le quedaba otra. Al final, como todos estaban dispuestos a saltar decidieron hacer grupos de mucha gente y que lo intentarían por varios  sitios distintos. Alguno tendría suerte.

Cuando consiguió saltar la valla, junto con otros ciento cincuenta o doscientos, se formó un revuelo increíble. Todos saltando y gritando, contentos porque lo habían logrado. Europa, están en Europa. Luego fueron a un sitio al que llaman CETI y que es el centro de formación de la cadena comercial TOP MANTA.

Lo que no sabe es porque todos se pusieron a gritar ¡Barça, Barça!. Eso no puede traer nada bueno sabiendo que Rajoy, Rubalcaba y todos los verdes de la Benemérita son del Real Madrid.